Hanuká 1951
Estos son mi tío Adam, mi tía Esther y la abuela en el pisito de Chamartin, cuando éramos la única familia judía que yo conocía en todo Madrid y, quizá por eso, teníamos que mantenerlo en secreto, no fuera que el amoroso poseedor del brazo incorrupto de Teresa de Jesús se enterara y nos mandara al Valle de los Caídos con los otros (masones, rojos y separatistas). Lo que probablemente no sabía el generalito es que Teresa también era de los nuestros, pero disimulaba. En la menorá, aunque aquí no aparezca, ya ardían las ocho velas rituales para la reconsagración del Templo de Jerusalén, como hizo primero Judas Macabeo y después hicieron millones de los nuestros. Pero en este 25 de Kislev la suerte no estaba de parte de mi familia. Por un descuido las velas contagiaron su llama a las cortinas del balcón y de ahí a los muebles más cercanos. Alguien tuvo tiempo para dar la voz de alarma pero en el incendio sucumbieron las corbatas de mi tío Adam, la salud mental de mi tía Esther y la sonrisa postiza de la abuela. Todo como en un renovado auto de fe en pleno siglo XX. Francisco Herrera
2 Comments:
El único consuelo es que en el incendio se quemara la corbata del tío Adam. Buen relato, Francisco.
Buen relato, sí.
Fuerte.
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