Auto de fe
¿Es justificable el mal en el mundo? Si nos atenemos a la historia del pensamiento humano debemos responder que sí rotundamente, pues el propio hombre se ha encargado de aumentar el mal ajeno en cuanto ha tenido ocasión, justificándolo como parte de un bien mayor en el cual se integra. Es insólito, por no decir espantoso, que a lo largo de los siglos se haya podido aceptar el dolor y el sufrimiento como forma de alcanzar un hipotético bien mayor. Desde los inicios de la filosofía no se ha dudado en justificar la existencia de un mal si era capaz de aportar un bien a cambio. Así, el propio Platón en el tercer libro de La República defiende la muerte de aquellos que supongan una carga para el estado. El bien de la comunidad se antepone al mal del individuo. Existe, sin embargo, una institución que ha representado de forma magistral la utilización de mal como medio de alcanzar un bien superior: Inquisitio Haereticae Pravitatis Sanctum Officium. Durante siglos y siglos, la misma religión que pretendía poner la otra mejilla se encargó de detener, encarcelar, torturar y, finalmente, calcinar a cualquiera que insinuara el menor indicio de diferencia con la iglesia. ¿Acaso estaban locos? ¿Eran unos monstruos los inquisidores? ¿Disfrutaban haciendo el mal a sus semejantes? ¿Podían dormir con la conciencia tranquila tras un auto de fe? Los inquisidores no tenían escrúpulos a la hora de castigar a los pecadores y, además se preguntarían por qué debían tenerlos. ¿Acaso no fue dios el primer inquisidor al expulsar a Adán y Eva del paraíso? ¿No estaban purificando el alma del pecador a costa de su inmundo cuerpo? Hoy nos escandalizamos al recordar aquellas prácticas atroces, pero los autos de fe son tan corrientes en nuestros días como hace siglos. Es muy fácil, y hasta cómodo, buscar razones para justificar el mal en el mundo. La justificación del mal, su insubstancialidad, es inherente a la racionalidad humana. El mal no es, no existe. Aquello que llamamos mal no es otra cosa que pura apariencia. Sócrates defendía que nadie buscaba el mal, que éste le llegaba al hombre por pura ignorancia. Para Platón el mal es devenir, y el devenir, como Parménides enseña, no existe. El racionalismo es optimista porque el mal no es sino relativo, insubstancial, de acuerdo al lema de Pope: todo está bien. En la actualidad también somos espectadores pasivos de algún que otro auto de fe. No importa el mal pequeño si redunda en un bien mayor. Sólo que el nombre de aquella ceremonia religiosa se ha transmutado en el presente en, por ejemplo, daño colateral.