Reflexiones en torno al desorden, el azar y el dolor
El 1 de noviembre de 1755, festividad de Todos los Santos, se producía en Lisboa el terremoto más destructivo y mortal de toda la historia. Según las crónicas, el desastre ocurrió un soleado domingo hacia las nueve y media de la mañana. Todo el que no estaba en alguna iglesia lisboeta celebrando la festividad, se encontraba paseando por las calles o comprando en algún mercado. De improviso, sin ninguna sacudida o temblor previo, un enorme estremecimiento sacudió Lisboa durante cerca de diez minutos, destruyendo casi la totalidad de los edificios y sepultando a gran parte de la población bajo sus escombros. Aquellos que sobrevivieron al terremoto tuvieron que enfrentarse a letales emanaciones que brotaban de las grietas de hasta cinco metros de anchura abiertas por doquier, y al terrible tsunami de veinte metros de altura que barrió toda Lisboa. Cerca de cien mil personas, un tercio de la población, perdió la vida aquel día. La práctica totalidad de los edificios, bibliotecas con ejemplares únicos, obras de arte, quedaron destruido en unos minutos. El seísmo y el tsunami afectaron a toda la costa atlántica. En Cádiz las olas rompieron la muralla, llegando las aguas a arrastrar bloques de piedras de hasta diez toneladas como si fueran placas de corcho. La fuerza del terremoto fue tal que los temblores se sintieron incluso en los lagos de Suiza. Pero los daños, quizás más permanentes, fueron los filosóficos. Los cimientos del racionalismo se fragmentaron aquel día y ya nunca volvieron a ser tan sólidos como antes. La fe en la razón se había perdido. El caos, el sufrimiento injustificado, el irracionalismo cosmológico y la ausencia de sentido metafísico se habían introducido en el siglo de las luces. Las sombras del próximo siglo se avecinaban. El enfrentamiento entre la desesperación del irracionalismo y la esperanza de un sentido racional imposible de alcanzar pero cierto, fue protagonizado por Voltaire y Rousseau. El optimismo racionalista sostenía, según el lema de Pope, Todo está bien. La obra de Dios es perfecta y cada suceso ocupa un lugar preciso dentro de los planes divinos. Habitamos el mejor de los mundos posibles, defiende Leibniz. El desorden, el caos y el azar son inconcebibles en el universo racionalista. Voltaire será el primero en cuestionar, motivado por el desastre de Lisboa, una visión tan inocente y armoniosa del mundo. ¿Cómo podemos sostener que este es el mejor de los mundos posibles cuando miles de víctimas inocentes perecen en una catástrofe natural? ¿Acaso Dios, en su omnipotencia, desea que ocurran semejantes desgracias? Voltaire contrapone al Todo está bien de Pope, una verdad tan antigua y triste como el propio ser humano: Existe el mal sobre la tierra. Y ningún razonamiento filosófico es capaz de justificar este mal ciego y azaroso. Rousseau se esfuerza, a través de la correspondencia con Voltaire, en explicar la existencia del caos y el sufrimiento dentro de la obra divina. Pero la justificación se limita al mal físico y moral –nosotros somos los causantes de ellos-, para el metafísico no hay respuesta alguna. Cualquier mal se encuentra supeditado a la consecución de un bien mayor que, evidentemente, escapa a nuestro limitado entendimiento. El caos, el azar y el dolor se encuentran más allá del dominio de nuestra razón. Quisiéramos un universo en el que no hubiera lugar para la desdicha inútil y sin sentido, donde todo se encontrara sujeto a una razón. Pero, ¿acaso no es inútil el mal? ¿No somos nosotros los que pretendemos calificar como bueno o malo aquello que simplemente es lo que es? José Antonio Neira
2 Comments:
Las sacudidas del terremoto de Lisboa aún nos alcanzan. Una de las caras que los hombres del XVIII vieron en la Naturaleza, la cara que unos llamaron del mal y otros se negaron a nombrar, la cara de la Gorgona, la describió detalladamente el marqués de Sade en sus novelas.
Leibniz y Rousseau contra Voltaire y su seguidor más salvaje. El partido parece que lo ganan por goleada los segundos.
De hecho, una de las cuestiones con las que tiene que enfrentarse el siglo XXI, quizá la cuestión mayor, es Auschwitz. No sólo no está resuelta, sino que a veces parece que aún queda todo por hablar.
DIALOGO DEL BEATO Y EL RACIONAL
EL BEATO: Fue la Virgen de la Palma la que detuvo el avance de las aguas por las ordenadas y medidas calles de la ciudad de Cádiz cuando el maremoto.
EL RACIONAL: Sí, pero tras el reciente Tsunami todos piden sitemas de alerta rápida y construcciones que resistan la embestida de la ola. Como resistieron los hoteles....y las mezquitas.
(El cambio en el orden de las intervenciones permite al lector lecturas diferentes según sus inclinaciones)
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