El primer escritor escribe un relato sobre alguien que escribe un relato. El primer escritor se divierte confundiendo al segundo, a quien le sorprende la desobediencia de su mano y ve atónito cómo surge en la pantalla de su ordenador un relato sobre un tercer escritor que escribe y que es guiado, a su vez, por alguien ajeno, un dios de los escritores que mientras conduce sus dedos le hace la faena de condenarlo a no ser. Escribe, si a ese ahogo puede llamársele escribir, la sentencia de la que él mismo es el destinatario. Este tercer escritor padece el vacío de saberse invención de otro. El segundo comienza a comprender el porqué de su vértigo y, entre dientes, maldice a su autor, que es el dios que disfruta confundiéndolo y a quien le gustaría seguir con el juego indefinidamente. Preso por una vez de una inspiración salvaje, sin detenerse a pensar en lo que escribe, el primer escritor se ríe a carcajadas. Incluso le extraña tanto abandono; si no fuera una locura pensaría que sus manos…
Mario Gómez