martes, marzo 28, 2006

Pierre Menard

Dice Borges que la existencia de dos obras exactamente iguales refutaría al tiempo. Leibniz afirma que sólo la existencia de Dios garantiza la imposibilidad de que haya dos cosas iguales. Duns Scoto habla de la hecceitas, que hace a cada cosa única; si no fuera por ella ¿qué explicación podría darse a ese dispendio, tan impropio de un ser perfecto, de hacer dos cosas exactamente iguales? La existencia exclusiva de lo único ha impregnado la cultura occidental -ahí está ese principio de principios que es el de individualidad-, no así la oriental, en la que el concepto de originalidad y unicidad es distinto. Incluso lo más cifrado (la música, por ejemplo) busca la individualidad de la interpretación en vivo. ¿Qué diferencia hay entre las distintas audiciones de una misma composición grabada? Hay algo que se transforma en cada una de ellas: nuestro tiempo. El tiempo es lo que hace diferente a lo mismo. Para que algo fuera exactamente idéntico a otra cosa tendría que haber sido creado justo en el mismo espacio y justo en el mismo tiempo. Ni los mundos paralelos harían posible ese milagro; ni siquiera el eterno retorno. Sólo la existencia de un mundo paralelo compuesto por el mismo tiempo y el mismo espacio -es decir, un mundo compuesto por instantes de eternidad- posibilitaría el que dos cosas fueran de verdad iguales, siendo dos cosas. Pierre Menard no copia los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte del Quijote sino que los escribe. El Quijote de Cervantes no es el mismo que el de Menard, aunque ambos coincidan palabra por palabra. La recepción es distinta no sólo porque sean lectores distintos quienes lo leen sino porque un Quijote escrito en el XX por un autor francés se lee de forma diferente. Todo lo que ha ocurrido entre el XVII y el XX llena de nuevas significaciones al Quijote de Menard. Hay en él un diálogo evidente con algunas teorías filosóficas contemporáneas y quien sabe leerlo verá la crítica mordaz que Menard hace a los hispanófilos que, como Barrés, son más sensibles al tópico. Este Quijote es, en definitiva, mucho más sutil y denso que el de Cervantes. ¿Es una falsificación? ¿Es una reproducción? Es una obra original; o mejor, pertenece a una categoría distinta a la conformada por originales y copias: es un vrai-faux. Quien lo lee lo hace original. No es diferente por su contenido sino por las fuerzas de sus interpretaciones, por todo lo que acarrea. Es el tiempo el que lo hace diferente. Mario Gómez

jueves, marzo 23, 2006

Henry James y L'Oreal

Enhorabuena, Mario, por el artículo de ayer y muchas gracias por sacar a la luz al maestro del siglo XX, al gran engendrador de la prosa actual. Siempre ando quejándome de que no leemos bastante a Henry James, de que se está quedando (quizá por su propia culpa) en autor de museo, clavado con sus alfileres entomológicos al corcho del pálido erudito, algo que probablemente a él mismo no le hubiera importado demasiado. Todavía no he encontrado a nadie, ni siquiera a San Marcel Proust, que sea capaz de transcribir las circunvalaciones y complejidades de las relaciones humanas. Proust es el mejor a la hora de hablar de sí mismo, James lo supera cuando se trata de sumar uno y uno y convertir al ser humano en ser social. Es verdad que la carcasa principal de sus artefactos literarios parecen quedarse en esa espuma de papel couché (así pasa con las transcripciones fílmicas de sus novelas) pero detrás de ese andamio anecdótico está el herraje lingüístico hecho de un toma y daca entre personajes de carne y tinta. Estos roles-idea (en sus libros casi no ocurre nada y el suceso se limita a lo puramente formal) van intercambiando pareceres con una complejidad exuberante que nadie hasta ahora ha sabido superar (al menos por mi experiencia de lector). De algún modo, James saca a la novela decimonónica de su interés por lo realista para llevarla a la problemática de lo real. El autor enfrenta la cuestión desde varios frentes, pero el que quiero destacar aquí es el que intenta desplazar los límites de la realidad (perdón por el topos tan manido) más allá de lo puramente razonable. Otra vuelta de tuerca y El altar de los muertos (mejor este último) son dos ejemplos claros de esta intención. Por otro lado me sorprende el desdén con el que muchos de los modernistas de su patria adoptiva lo trataron, en especial Virginia Woolf, que no fue precisamente benevolente con él, quizás por (o incluso a pesar de) la amistad que unía a Leslie Stephen con Henry James. Francisco Herrera

Henry James y lo real

Algunos relatos de Henry James reflejan la búsqueda, siempre frustrada, de aquello que el propio James llama lo real. Los papeles de Aspern, La lección del maestro, La figura en el tapiz, Lo real: en todos ellos hay algo que se pierde al final, algo que se desvanece entre las manos de sus protagonistas y también entre las del lector. La generación de Henry James fue la que perdió, junto a la certeza sobre las formas de la sensibilidad, a la propia realidad. Husserl, que pertenece a esa generación, intentó dar el salto a la cosa misma, incluso insuflando la fe necesaria, el grito. Sus discípulos son los maestros de la epifanía, del momento verdadero (Proust, Joyce, los modernistas), de lo auténtico (Heidegger). ¿Dónde se oculta la realidad después? ¿Hay una realidad a la que acudir? El secreto del arte es de las pocas cosas que aún encantan en este desencantado mundo. Es un refugio frente a la razón. En La figura en el tapiz lo que se escapa es el secreto de la novela. Detrás de cada párrafo está la figura secreta; clara pero casi imposible de detectar. Aquello que precisamente es real, la verdad del relato, no se ve. Es como una palabra sin fondo. El narrador, que es quien se afana en llegar al secreto, nunca es suficientemente valorado ni por el propio escritor, ni por su amigo, ni por la prometida de éste. Él es el marginado del secreto. Hay un punto en que amor y secreto parecen rozarse: obtener el amor supone tomar posesión del secreto y el narrador no obtiene ni uno ni otro. No se le conocen más amistades, ni otros amores, ni otra vida: él podría ser, en su entrega al misterio y en la forma en que éste le es esquivo, el auténtico escritor. Esa incapacidad para captar el misterio, la figura en el tapiz, es análoga a la imposibilidad de encontrar los papeles del escritor Aspern, a la sacrificada entrega al arte que hace el joven escritor en La lección del maestro y a eso que, en Lo real, le falta a lo auténtico para que pueda ser adecuadamente representado. Para plasmar la distinción, el pintor protagonista de esta historia se ve obligado a rechazar como modelos a la pareja realmente distinguida y termina sirviéndose de dos personas vulgares. En estos relatos de Henry James lo real parece agotar su propia representación y sólo aquello que es falso es capaz de aparentar lo auténtico. Mario Gómez PD (1): Perdonad lo adusto del retrato pero a estas horas no estoy para explorar mucho la red. Si mañana encuentro otro mejor prometo cambiarlo. PD (2): La verdad es que mirándolo bien no resulta tan adusto. Me parece ver un punto gracioso en su mirada; un atisbo de autoparodia. ¿O es mucho ver?

lunes, marzo 20, 2006

Otoño en Nueva York

Durante los últimos años Ray se había refugiado en una alerta permanente. Cuando trabajaba porque lo hacía en eso de matar y cuando no por lo mismo. Sin embargo, a punto de llegar la muerte tuvo tiempo para ver que toda precaución fue vana. Cualquier otro pudo haber sido ese momento. Fue todo tan rápido... Y claro, para que fuera tan limpio, el asesino tuvo que estar muy cerca. Sí. Antes de leer ninguna intención, el hueco del cañón se había deshecho en su sien. El tiempo fue desierto. Dicen, no sé cómo lo saben, que con el estruendo las miradas se mezclaron en terror, odio,... y qué sé yo cuántas patrañas más. Luego un último espasmo, quizá algún reflejo neón, el último claxon de Nueva York, otro medio claxon, y un postrero momento interior. (Aquí debería ir todo eso de los túneles y la vida rebobinada). La sangre hizo el resto; constatar lo que había pasado y dejar una buena foto. En esta historia el narrador reconoce finalmente sus botas en la fotografía y nos sugiere su autoría del crimen. Pero en el desenlace que yo quiero contarles -en realidad no es un desenlace, sino un presentimiento, una intuición- la muerte no llega con el disparo; más bien se marcha para llevar nada consigo. No había. Sucedió algunos años después, aunque Ray debía tener por entonces la misma edad. Yo también estuve en esa habitación y noté que allí ya se había anticipado algo lacerante que emanaba más allá de la inhumana soledad a la que había dado paso su creciente pesadumbre. Por eso nunca confié en el desenlace anterior. Ray parecía no estar allí. La pesada humedad, y la permanente quietud de la que eran presa los objetos la delataban. Tan sólo dijo algo sobre Charlie Parker y Autumn in New York que parecía no dirigir a nadie. Y luego de nuevo la oquedad, el desierto, y ese olor metálico que anuncia el no. Nunca sabré si aquel encuentro también sucedió en él. Sí, creo que sí. Lo aseguraría. Con botas o sin ellas, Muerte ya estaba allí. José Luis Bueno.

miércoles, marzo 15, 2006

Verdad, por Napoleón Mauntèrau

Hijo, no estudies Historia que no hace falta. Y si la estudias, que sea con tus ojos de seis años y mira al prestigiado ciudadano ateniense como lo que es, tu maestra, ese dictador que te trata como a un esclavo: con cariño, con el recto sentimiento de que le perteneces, de que eres parte de su lote. Ella sí masca chicle y se sienta en el borde de la mesa. Y ve, hijo, en el señor feudal al político al que tu padre paga gustoso lo que pida para hartar sus ganas de poseerme. Soy feliz yendo al trabajo sabiendo que él está ahí, arriba, vigilándome, cuidándome. Y Heliogábalo soy yo, que os miro con amor a mamá y a ti hasta que dejéis de idolatrarme. Hasta ese día.

lunes, marzo 13, 2006

El escribiente

-¿Qué Guinea? (Pregunta lo dejó sin poder articular palabra, lo que aprovechó para concluir su relación y desaparecer tras biombo verde) Anónimo.

viernes, marzo 10, 2006

Brown

(El diálogo sobre la realidad y su representación prosigue abajo, pero antes de continuar descansemos un rato a orillas del Brown) Observen esta foto; todos dicen que es la última que se hizo Doris. Estamos posando junto al río Brown, en medio del bosque de Brown, a unas millas de Brown, mi pueblo, el mismo día que finalizaron las clases. Recuerdo que Sliper, tras hacernos la foto, nos guiñó un ojo, se acercó al Chevrolet de su padre y regresó con una botella de bourbon aún precintada. Miren la sonrisa de Doris, mírenla a ella. Quizá penséis que no es bonita, que tan sólo es graciosa; que su barbilla se alarga en exceso, que su nariz recuerda a la de un joven boxeador con ganas de pelear. Todo eso ya lo sé, creo que soy quien más veces ha contemplado su rostro, pero tendríais que haberla oído reír aquella tarde mientras apurábamos la botella. No sé qué pudo pasarme. Quizá fue la sorpresa de su cuerpo desnudo lanzándose al río, de sus carcajadas, de sus brazos rodeando los hombros de Sliper. Se perdieron durante un rato mientras yo me hacía el borracho; luego regresaron, súbitamente callados, Doris, mi novia, y mi gran amigo Sliper. Ni siquiera a él le he mostrado la última foto que le hice a Doris, blanca y hermosa, mientras se hunde en el río Brown. Los dos la hemos echado tanto de menos. Mario Gómez

miércoles, marzo 08, 2006

Buscando a Hory

Cuando en ¿Somos reales? utilizo la expresión “deformación hacia lo falso” al referirme a la televisión estaba tan sólo señalando la deformación informativa, pero no me interesaba entrar en ese tema. Lo que sí me interesa de La seducción del caos es una parte de esta película que podríamos considerar casi un remake de Fraude. En ambas se abren grandes interrogantes sobre lo que hay de verdadero y de falso en el arte, en concreto en las falsificaciones de pinturas por Elmyr de Hory, principalmente, las literarias de Clifford Irving y el propio cine de Welles, la propia obra que se está haciendo. En el blog de Danae se dice que dice Picasso: 'todos sabemos que el Arte no es la verdad. El Arte es una mentira que nos descubre la verdad' , y aunque estoy de acuerdo con la afirmación (Welles también indaga en esa línea) a la vez creo que el arte es una cuestión de verdades. Por dos razones: 1. Por un lado por las pretensiones y los medios del artista (no nos gusta que intenten engañarnos). Muchas veces cuando nos enfrentamos a una obra de arte no sólo decimos si nos ha gustado o no, si nos ha parecido interesante o no, sino que decimos: “no me lo creo”, aunque no sepamos decir por qué. Estoy de acuerdo en que cuando los elementos a juzgar son sencillamente sublimes o sencillamente execrables, nadie muestra la menor duda. Pero si también aceptamos que a medida que nos alejamos de esos extremos, el bagaje que se nos exige para rozar esa verdad es cada vez más pesado, más caótico, parece que el arte, la vida, es ahí donde se mueve y que en ambos hay mucho de mentira y de verdad. En el caso del arte creo que esto es independiente a que se hayan intentado o no romper los cánones. Que ya es un canon. Estoy más en la línea de intentar al menos vislumbrar qué es lo que hay de mentira en la verdad que vivimos, qué es lo que hay de verdad y de mentira en el arte. 2. Y creo por otro lado que el arte tiene mucho que ver con las verdades, porque puede ser que estemos ante lo que comúnmente llamamos una falsificación. Pero si la profesionalidad y la sensibilidad del pintor así como la falsificación son sencillamente sublimes, ¿por qué son desestimadas las obras de arte que durante mucho tiempo han colgado de las galerías como auténticas y han participado del goce estético de tantas personas (además del económico)? ¿Dónde empieza el juicio ético y dónde el estético? Todo esto creo que también nos lleva a interesantes interrogantes sobre el acto creativo. Por ejemplo, ¿no es Elmyr de Hory un creador de la talla de Modigliani? Yo cada vez estoy más convencido de que sí; ¿habría sido capaz de hacer Modiglianis sin Modigliani? Aunque la respuesta sea no ¿por qué se les persigue si sus obras ya han vivido como auténticas, ya han sido autentificadas por galeristas, público y tiempo? ¿hay algo de falsedad en el Falso Cupido de Miguel Ángel? Cuando la revista Time trata el caso Elmyr, lo hace con un retrato de éste a Clifford Irving en portada. En el monográfico que Nikel Odeon dedica a Orson Welles, Eduardo Úrculo afirma: La portada publica un retrato de Clifford pintado por Elmyr, donde se constata cómo este cuadro auténtico de Elmyr es mucho menos bello y fascinante que los falsos Matisse. Observen,piensen y juzguen ustedes mismos. En el caso Van Meegeren ya verán hasta dónde llega el absurdo. Espero que la lectura de Las potencias de lo falso de Gilles Deleuze y El descrédito de las vanguardias artísticas de Victoria Cambalía Dexeus me permitan ir contestando y ampliando tantas interrogantes todavía. En este último comienza diciendo la autora: Existe una especie de enfermedad crónica entre ciertos historiadores del siglo XX que se agrava hasta un punto feroz en el caso de los críticos: la convicción (casi diríamos la fe) de que nuestro siglo es una sucesión de gloriosos movimientos de vanguardia, en la que todos ellos proponen una ruptura formal "superior" al movimiento precedente, y en la que todos ellos son etiquetados gracias a los documentos de identidad que acaban siendo los manifiestos, las exposiciones de grupo y el eco en la prensa del momento. Esta concepción hipostasía el rechazo como categoría definitiva y diferencial: rechazo que parece general, para todo el siglo, de la pintura académica del siglo XIX; rechazos particulares que suelen serlo de los movimientos anteriores hasta llegar a explorar una parcela más del hecho artístico. (...). Los vanguardistas se convierten, así, en una suerte de extraños personajes de laboratorio, obsesionados por romper el último trozo aún intacto del último jarrón resquebrajado ya por otros. ¿No es posible que estas opiniones tan erróneas a mi manera de ver por absolutas, puedan ser sustentadas por afirmaciones como la que hace Danae en su artículo? Sólo hay dos soluciones: aceptarlo todo o rechazarlo todo, aunque esta última, hoy día, no se estila mucho. Por último, aunque como Picasso , Welles da un paso más, ¿son falsificaciones los auténticos Modiglianis? ¿es Fraude una falsificación? ¿es falso el arte?...., yo sin embargo me voy a detener aquí. Ya continuaré. Saludos y muchas gracias a Danae. Tu blog está siendo una gran motivación y acicate para nosotros. ¡Enhorabuena! En tu enlace hay razón. Mucha razón. José Luis Bueno.

lunes, marzo 06, 2006

La Verdad y la Vida (2ª parte)

¿Cuál es el límite entre lo verdadero y lo falso si se ha aceptado cualquier conducta por aparentemente heterodoxa que sea? Si el arte/la verdad encumbra lo diferente, lo anormal, lo transgresor, lo exótico, lo que repugna a un supuesto canon, ¿dónde está el canon? ¿Pone los límites al nuevo canon el escándalo del otro? Si todo es arte, nada es arte. Si todo es verdadero, nada lo es. Esto seguro que lo ha dicho alguien antes, pero ahora mismo no caigo (perdón por la incultura; los maestrillos apocalípticos olvidan que antes de la LOGSE también surgíamos bachilleres con enormes lagunas). Volviendo al hilo del hilo, creo que el problema principal es el lenguaje: ¿de qué verdad hablan los que (sí, te estoy señalando a ti) se refieren a las mentiras/falsificaciones de la televisión? ¿Qué es (¡tachaaannnn!) la Verdad? Aludir a grados sólo vale si ponemos el cero en algún sitio. Creo que si el cero es la opinión personal, esa otra loca de la casa, nos hemos quedado sin Verdad. Lo mismo podemos vivir sin Verdad, como hemos aprendido a vivir sin picón. ¡Viva la electricidad!.

domingo, marzo 05, 2006

¿Somos reales?

En relación al artículo anterior de Mario (y a la divertida lucidez de Jairo sobre la estandarización de usos y costumbres), y el medio donde hacemos estas afirmaciones, me ha parecido interesante extraer aquí parte del artículo del especialista en medios Vidal-Beneyto de ayer en El País. Comienza diciendo: La tendencia cada vez más general a encerrarnos en la repetición de las mismas prácticas, a que todos hagamos en el ámbito personal y privado las mismas cosas de la misma manera (...) junto a la implacable alteración/destrucción de los espacios públicos de encuentro y conversación están haciendo de nuestras vidas recintos átonos y tediosos, de una previsible uniformidad desconsoladora. Tras el repaso de algunos hitos históricos sobre la condición pública, la satanización del consumo como culpable de todos los males y un recorrido geográfico de los cafés europeos más importantes como lugares de encuentro, cierra esta primera entrega diciendo: Y está también Internet, que según el experto peruano Eduardo Villanueva Monsilla está llamado a convertirse con sus listas de discusión en el nuevo espacio de intercambio y discusión. La verdad es que el egotista enclaustramiento en las pantallas digitales y en la palabra electrónica así como los cibercafés no avalan esa esperanza. ¿Creéis que realmente hay en este tipo de comunicación un exceso de envanecida autocomplacencia? Lo que sí veo en esas palabras es cierto prejuicio que da por hecho la ecuación Internet igual a adicción, aislamiento y esas cosas. En cuanto al ego y al asunto de los límites de la realidad y lo falso sí me atrae la idea de ubicar este tipo de comunicación y el lugar que ocupamos en ella. Dentro de lo sugerente que se nos puede hacer la idea del café vienés del XIX como lugar de intercambio, ¿se nos hace más “auténtica” esta idea al compararla con la comunicación en un blog?. ¿Puede decirse que hay algo de falso o irreal? ¿Somos los blogueros cada uno de nosotros o nos escondemos en el anonimato y la distancia física que nos separa para adoptar una posición ficticia similar a la de un narrador de novelas? A la vez, la libertad sin compromisos de que dispongo para participar en los turnos puede hacer como si ese acto comunicativo se diera en un espacio con algo de irrealidad. Por ejemplo, cuando el señor Portorosa (con -r- vibrante simple) pasea por nuestros artículos y calla, aunque no otorga, y cuando yo, o el bloguero que no soy yo, tengo que cambiar la pronunciación de su nombre porque vengo a hurtadillas de allí donde lo explica, ¿dónde se está produciendo ese silencio que también es una manera de decir, callar, afirmar, negar o mentir? Parece, como ya se ha dicho en este blog, que el desplazamiento hacia lo falso puede ser una cuestión de grados. Entre los medios, en esta gradación es líder la deformación televisiva, como se explica en La seducción del caos de Basilio Martín Patino, otra de las películas que trataremos en el primer número de la revista 5guineas. Seguro que todo esto estará ya muy estudiado por los teóricos de la comunicación. No sé, yo no me he documentado. Pero ¿qué pensáis vosotros? En mi caso puede llegar incluso a darme igual, sobre todo si de repente, en medio de la desoladora “cibersoledad”, se nos aparece una princesa, de hojalata, y nos dice que lo hace para quedarse. Aunque no sea real. O sí. José Luis Bueno

jueves, marzo 02, 2006

¿Es real?

Toc, toc. ¿Alguien anda por ahí? Si hay alguien que dé señales de vida porque esta cibersoledad hunde al más pintado. Y como de naufragios se trata vamos a lanzar otra botella. Ejerciendo de explorador bloguero en busca de pistas sobre falsificaciones y mentiras, he dado con el artículo que Félix de Azúa escribe sobre James Frey, cuya novela fue rechazada inmisericordemente hasta que tuvo la idea de presentarla no como novela sino como autobiografía. No sólo no tuvo así ningún problema en publicarla, sino que más de dos millones de ejemplares vendidos han confirmado lo acertado de su iniciativa. Parece que hay una cierta sed de realidad. Si nuestras vidas se están transformando en ficción (seguimos pautas narrativas de comportamiento; somos permanentemente observados, fotografiados, filmados; cambiamos de forma de vestir o de pensar, de coche o de amigos como un actor que tiene un nuevo papel cada noche; vivimos como en una película nuestras propias intrigas y nuestros amores fracasados; hemos adoptado hasta el flujo de conciencia), ¿qué nos pueden ofrecer las historias ficticias? Para ficción, la nuestra, debe pensar el consumidor de realidad. Una forma de acceder a esa dichosa realidad que no terminamos de saber dónde se ha ido es leer libros que traten sobre la realidad o, mejor dicho, que parezca que traten sobre la realidad. En eso debe consistir el morbo. El artículo de Azúa lo podéis encontrar aquí (es el del 31 de enero) Mario Gómez